miércoles, marzo 21, 2007

LA VIVIENDA EN LA EDAD MEDIA



Jimena estaba de nuevo sola en casa. A sus nueve años  ya hacía dos estaciones que se ocupaba de las tareas domésticas.
Su padre y hermanos habían salido, en cuanto despuntó el sol, hacia las eras. Era época de trilla y preferían hacer todo el trabajo posible antes de que el abrasador sol de Agosto estuviese muy alto.
Su madre y su hermana Elvira también habían salido, desde hacía seis días, iban a escardar. La recogida de lentejas era uno de los trabajos más duros de la estación. De hecho, su madre tenía un espantoso dolor de espalda de tener doblado el espinazo durante tantas horas al día y su hermana se quejaba de los arañazos y callos que tenía en las manos. Elvira iba a casarse después de la vendimia y la noche anterior se miraba las manos y comentaba con tristeza que esas no parecían las manos de una novia.
A Jimena le tocaba el trabajo de la casa. Era media mañana y ya había ido a buscar dos cántaros de agua y al río a lavar algunas prendas de ropa que había dejado sobre unos pequeños arbustos de romero para que el sol secase. Debía acordarse de recogerla en la tarde!
Su casa era como otras casas de la aldea. Desde fuera, tenía una amplia fachada de adobe encalado con 4 puertas, la de la vivienda, la del corral y dos más pequeñas a los lados. Estaba rematada por un techo a dos aguas de vigas de madera vistas y tejas sobre la cubierta. En su interior se dividía en una sala principal, a la que se accedía directamente desde la puerta de entrada y que tenía un gran hogar en el suelo haciendo esquina, tres alcobas en hilera y la parte trasera, en la que se encontraban la boca de la bodega (que se extendía bajo buena parte de la casa), la leñera y el pajar.
Cruzando una tras otras las alcobas de la casa, se encaminó al pajar, una sala grande y con altos ventanucos por los que se colaban dorados rayos de sol. Cogió paja y en el camino de vuelta, de la leñera cogió también un par de troncos. Con todo ello avivó la lumbre del día anterior. Puso el caldero de hierro al fuego y volvió sobre sus pasos hacia la bodega. De allí subió vino en una jarra de barro y una calabaza para el guiso de la noche y los llevó a la cocina. Volvió al pajar, cogió de nuevo paja en un cuévano grande, se echó al hombro un hatillo de alfalfa y metió en el bolsillo de su mandil algo de grano para las gallinas. Subió los dos peldaños que llevaban a la puerta de madera con grandes remaches de hierro y salió de la casa.
Adosadas, a derecha e izquierda de la casa, estaban las dependencias de los animales.
A la derecha, el corral, tenía una puerta muy grande porque en ocasiones tenían algún burro e incluso una vaca. Allí alimentó a las gallinas y recogió 3 huevos de los ponederos.
La primera puerta hacia la izquierda era la de una pequeña conejera. Les echó alfalfa y cuando se puso a retirar la cama de paja sucia por los excrementos de los animales, se dio cuenta de que había una nueva camada. Debían haber nacido la noche anterior. Los contó, junto con los nacidos la semana pasada, tenían nueve gazapos. Acabó de recoger la paja sucia, puso paja nueva y agachándose un poco salió cerrando tras de sí la pequeña puerta con el postigo de madera.
Un poco más allá entró en el recinto de las cabras. Cambió la paja sucia por la que le quedaba en el cuévano y las ordeñó.
Llevó el balde de leche a la casa y lo dejó en la cocina junto con los huevos que sacó con cuidado del bolsillo delantero de su mandil. Los animales estaban listos!.
El agua del caldero hervía, echó en él media gallina troceada junto con algunas verduras, garbanzos y calabaza en abundancia y cogió la escoba. Empezó a barrer por la alcoba de sus padres, era la que quedaba mas al fondo de la casa. Más allá estaba ya la escalera que bajaba a la bodega. Descorrió la cortina y entró. Las paredes eran de adobe encalado y Jimena advirtió no pocos trozos de cal en el suelo de la estancia. Esa alcoba, como toda la casa, empezaba a necesitar un nuevo encalado. Por todo mobiliario había un camastro no muy grande sobre el que colgaba un gran cristo de madera, un par de baúles dispuestos contra las paredes y un mueble que tenía una jarra con agua en la parte baja y una palangana en el estante superior y que era todo lo que necesitaban para el aseo diario.
Corrió la cortina para entrar en la alcoba de sus hermanos. El mobiliario era muy similar, dos camas en vez de una, el baúl de cada uno de ellos y el mueble para el aseo. Se dio cuenta de que no les quedaba jabón ni agua en el palanganero. Cuando acabó de barrer la alcoba de sus hermanos pasó a la suya. Elvira y ella dormían en la misma cama y sobre ella había una imagen de madera de una sonriente Virgen con un bonito manto azul.
Ninguna de las habitaciones tenía ventanas, por lo que en cada una de ellas había gruesas velas y juncos trenzados y cubiertos de sebo para encenderlas con facilidad.
Cuando acabó de barrer el suelo de tierra compactada, subió al “sobrado” (un altillo de madera que se extendía sobre toda la casa) por el que se tenía que desplazar agachada y, dejando a un lado los sacos con lentejas, garbanzos y trigo que tenían preparados para entregar a su señor, cogió un trozo de jabón de una gran cesta de mimbre. Lo había hecho con su madre unos meses atrás, mezclando grasa de cerdo, sosa cáustica y flores de lavanda. Lo puso en el palanganero de sus hermanos.
El guiso casi estaba listo. Le echó sal y unas ramas de orégano y lo separó un poco de la lumbre.
Limpió la mesa de comer, las sillas y el banco corrido de la sala principal.
Salió a la calle. Miró al cielo y pensó, por la altura del sol, que su familia estaría ya a punto de llegar a casa.
Revisó mentalmente sus tareas. Tenía la casa limpia, la cena preparada y….Vaya! había olvidado recoger la ropa que dejó secándose en los romeros.
Entró en la casa, cogió el capazo de mimbre y corrió hacia el río.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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