Salamanca es una ciudad antigua, llena de pasado, de Historia e historias.
Pasear por sus calles y visitar sus iglesias y palacios es un viaje a otro tiempo. No es difícil imaginar por las calles de Salamanca nobles señoras seguidas de cerca por algún criado, grupos de monjes hablando animadamente de camino a algún convento, o estudiantes corriendo con los libros bajo el brazo y cara compungida, sabedores del rapapolvo que recibirán por llegar tarde a las clases.
Salamanca es una ciudad de paseo lento, de regocijarse con cada fachada, cada balcón, cada patio…, una ciudad para conocer poco a poco y empaparse bien de su historia y su leyenda, que de todo hay. Es de esos sitios en los que no es un dispendio innecesario contratar un guía para que nos muestre los entresijos de la ciudad y nos descubra sus leyendas.
Salamanca es de verdad, elegante y rotunda, segura de sí misma, hecha para durar y dice el tópico que así también son sus gentes: serios, formales y poco habladores pero afables y hospitalarios.
La gastronomía típica salmantina cuenta con algunos platos antiguos y muy interesantes como el Cabrito Asado, el Calderillo Bejarano, las Patatas Meneadas o la Ensalada de Limones.
La comarca de Salamanca es de tierra generosa, con grandes productos así que, cuando el viaje toque a su fin, acércate al mercado y no dudes en comprar algunas de las viandas más representativas como Jamón de Guijuelo, Queso de Hinojosa, Lentejas de La Armuña, Garbanzos de Pedrosillo o Farinato de Ciudad Rodrigo. No te decepcionarán y, de alguna manera, harán durar en el tiempo un fantástico viaje.
Ah! Si tienes suerte y un día soleado, es posible que veas brillar la Plaza Mayor como si de oro bruñido se tratase. Ese efecto se produce solo en algunas ocasiones y gracias a la maravillosa y dorada piedra de Villamayor, usada en muchos de los edificios emblemáticos de la ciudad y por la que Salamanca es llamada “La ciudad dorada”.